Bienvenidos en este blog o pagina web veras sobre la vida y anectotas de Simón Bolivar , espero que les guste y disfruten !
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Una mañana de junio se realizaba en Cajabamba (Perú) se realizaba una riña de gallos “de a pico” en el atrio del templo, a la que fueron invitados, para presenciarla, elementos godos y simpatizantes de la causa libertadora. Esperaban que la invitación hecha a Bolívar sea aceptada, tanto por ser ya una afición americana venida de Cádiz, como que, para él, el espectáculo era un permanente recado de heroísmo
El “juez” en su respectivo sitio para conducir el desarrollo del espectáculo y, para dictar su fallo observaba los primeros aletazos y picotones, cuando el ayudante de Bolívar abría la puerta del convento -así se nombraba a la casa del cura- para dar paso a los generales
Este personaje fue abrazado por el Libertador, nadie podía imaginárselo, ganándose por esta actitud un aplauso general. El “boludo” de gran olfato gallístico, maliciando del que iba a ganar, expresó a Bolívar esta frase: “Buen gallo es Usía”; repitiéndola por cuatro veces bien calculadas. El Usía (usted) extraño a Bolívar. También lo zarandeaba el apelativo de “gallo”, pero más lo intrigó la supresión del título de Libertador. Y sin disminuir su irritación se volvió contra el “boludo” y le indagó:
-¿Conoce Ud. al Libertador?
-No lo conozco Usía, sino que tengo su retrato y también el de su madre -contestó el “boludo”-.
-Si no me enseña esos retratos, lo hago fusilar -le replicó Bolívar, encendido de una cólera muy bien disimulada-.
-Están en mi casa Usía -dijo Briceño-.
-Vamos a su casa -nuevamente replicó Bolívar
Bolívar acompañado por sus generales y buena parte del público tomaron el camino a
-Aquí tiene Usía, al Libertador y a su madre - Eran Jesucristo y
Bolívar comprendió la idiosincrasia de Briceño, hizo la venia a las estampas y con este acto terminó por ganarse la simpatía de los circundantes.
Luego de haber logrado la independencia de Perú, el Libertador se apresuró a convocar el Congreso (10 de Febrero de 1825) quien le pidió que continuara en el ejercicio del poder supremo durante un año más; además, le ofreció un millón de pesos para él y otro para el ejército; le decretó honores de Presidente Perpetuo con el título de Padre y salvador del Perú; dio el nombre de Bolívar a la ciudad de Trujillo.
El Libertador rehusó el millón de pesos que le ofrecía el Perú, porque
"jamás he querido ---respondió--- aceptar de mi patria ninguna recompensa de ese género"; y aunque el Congreso lo dejó a su disposición, a fin de que lo dedicase "a obras de beneficencia en favor del dichoso pueblo que le vio nacer y demás de
Pero de todos los honores que le tributó el Perú, el más conmovedor para él fue, sin duda, la medalla que sus representantes mandaron a acuñar con esta inscripción: "A su Libertador Simón Bolívar". Extendíase así hasta las fronteras de Chile el título que once años antes le había dado Caracas, la insignia de obligación y gloria que él reputaba superior a una corona.
En San Pedro Alejandrino, en el espacioso corredor de la casa, y sentado en un sillón de vaqueta, veíase a un hombre demacrado, a quien una tos cavernosa y tenaz convulsionaba de hora en hora, era Bolívar vísperas de morir quien se entretiene leyendo Don Quijote. El médico, un sabio europeo, le propinaba una poción calmante, y dos viejos militares, que silenciosos y tristes paseaban en el salón. Más que de un enfermo se trataba ya de un moribundo; pero de un moribundo de inmortal renombre. Se cuenta que pasado un fuerte acceso, el enfermo se sumergió en profunda meditación, y al cabo de algunos minutos dijo con voz muy débil:
-¿Sabe usted, doctor, lo que me atormenta al sentirme ya próximo a la tumba?
- No, mi general.
- La idea de que tal vez he edificado sobre arena movediza y arado en el mar.
Y un suspiro brotó de lo más íntimo de su alma y volvió a hundirse en su meditación. Transcurrido gran rato, una sonrisa tristísima se dibujó en su rostro y dijo pausadamente.
- ¿No sospecha usted, doctor, quiénes han sido los tres más insignes majaderos del mundo?
- Ciertamente que no, mi general.
- Acérquese usted, doctor..., se lo diré al oído... Los tres grandísimos majaderos hemos sido Jesucristo, don Quijote y... yo.
Luego de la batalla del Puente de Boyacá, en camino hacia Bogotá, Bolívar decidió desprenderse de su ejército y, seguido por una pequeña escolta, apuró el paso para impedir que la capital fuese presa de la anarquía. Descamisado y sudoroso, con la deshilachada chaqueta aferrada a sus huesos, el Libertador entró a Bogotá el día 10 de agosto a las 5 de la tarde. Hermógenes Maza, quien había asumido el control de la ciudad, observó que un jinete a galope tendido se acercaba por el norte al umbral de la ciudad y, pensando que se trataba de un fugitivo español, acometió lanza en ristre en pos de ese jinete:
- Alto ¿Quién vive?, le grito Maza al jinete
Bolívar, quien lo había reconocido, no prestó atención a su llamado. Maza aceleró el paso y al ponerse a pocos metros del Libertador, le repitió una vez más:
- Alto ¿Quién vive?, grito nuevamente Maza
-“¡No sea pendejo!”, le contestó Bolívar y, como cita Gómez Vergara: “Maza lo identifica al instante... Casi se cae del caballo... Y sin pensarlo dos veces, exclama como enajenado: “¡el Libertador Bolívar...! ¡Aquí está...! ¡Ha llegado solo...! ¡Viva el Libertador y Padre de
Dice J.S. Peña que luego, en la calle de Florián, una humilde mujer se encontró frente a frente con el General y solo atinó a decir cogiéndole de una pierna: “Dios te bendiga fantasma”
En aquellos días de su enfermedad, llegó a visitarle don Joaquín Mosquera, Ministro de Colombia ante los gobiernos de Perú, Chile y Buenos Aires y narraba después: "...encontré al Libertador ya sin riesgo de muerte, pero tan flaco y extenuado que me causó su aspecto una muy acerba pena. Estaba sentado en una pobre silla de vaqueta, recostado contra la pared de un pequeño huerto, atada la cabeza con un pañuelo blanco, y sus pantalones de jin que dejaban ver sus rodillas puntiagudas, sus piernas descarnadas, su voz hueca y débil y su semblante cadavérico. Tuve que hacer un grande esfuerzo para no largar lágrimas y no dejarle ver mi pena y mi cuidado por su vida.”
"Usted recordará que en aquella época el ejército peruano, fuerte de seis mil hombres, se había disipado sin batirse; y que el ejército auxiliar de Chile nos había abandonado regresando a su país. Todas estas consideraciones se me presentaron como una falange de males para acabar con la existencia del héroe medio muerto, y, con el corazón oprimido, temiendo la ruina de nuestro ejército Pregunté:
"¿Y qué piensa usted hacer ahora?
"Entonces, avivando sus ojos huecos y en tono decidido, me contestó:
"¡Triunfar!".
En tal estado de miseria física había quedado el Libertador, que cuando quiso acompañar en trecho del camino a Mosquera, que se despedía, tuvo que tomar "Una mula mansa", y mientras aquél esperaba su equipaje en un lugar "a la entrada del desierto de Haarmei", Bolívar se acostó "sobre un capote de Barragán".
Sin embargo, en aquella misma entrevista había expuesto a Mosquera el plan de campaña que realizaría:
"Tengo dadas las órdenes para levantar una fuerte caballería en Trujillo; he mandado a fabricar herraduras en Cuenca, Guayaquil y Trujillo; he ordenado tomar para el servicio militar todos los caballos buenos del país, y he embargado todos los alfalfales. Luego que recupere mis fuerzas iré a Trujillo. Si los españoles bajan de la cordillera, infaliblemente los derroto con la caballería; si no bajan, dentro de tres meses subiré la cordillera y los derrotaré".
Y a Sucre le había escrito:
"El cuadro es horroroso, pero no me espanta, porque estamos acostumbrados a ver muy de cerca fantasmas más horribles, que han desaparecido al acercarnos a ellos".
Después de la batalla de Niquitao, el 2 de Julio de 1813, se dirigió El Libertador a Mérida, donde permaneció durante 18 días, saliendo luego hacia Mu cuchíes (pequeño pueblo del Estado Mérida). En su paso por el Páramo de Mucuchíes, el señor Vicente Pino le regaló al Libertador un hermoso perro de la raza conocida como "mucuchíes". Esta raza, fue traída al país por los sacerdotes para que cuidaran los grandes rebaños de ovejas que traían de España. El hermoso perro que recibió El Libertador, se llamaba Nevado. Vicente Pino además asignó al servicio del Libertador, a un indio mucuchero llamado Tinjacá, que había sido criado por él, y además conocía muy bien a Nevado.
Quiso Bolívar que alguien cuidara del perro, y quien mejor que Tinjacá, por lo que le asignó este trabajo y de él aprendió Bolívar los silbidos para llamar a Nevado. Los oficiales del Estado Mayor bautizaron a Tinjacá como el "Edecán del Perro". Cuentan que Nevado correteaba alegre al lado del alto caballo de guerra del Libertador, y que le acompañó por las ciudades y campos de batalla, recorridos en la gesta libertadora. Cuando Bolívar entró triunfante a Caracas, muchas de las flores que le lanzaban al Libertador, le caían a Nevado, y dicen que Bolívar aseguraba que el perro también merecía el homenaje de esas flores.
Después de la gloriosa batalla de Carabobo, se acercaron al Libertador dos de sus soldados, en quienes El Libertador, por la expresión que traían pudo adivinar que las noticias no eran buenas. En efecto traían la noticia de que Tinjacá estaba mal herido, y también Nevado. Bolívar lanzó su caballo al galope hasta el sitio en la llanura donde le habían señalado que estaban sus dos compañeros. Al llegar, Tinjacá con lágrimas en los ojos sólo pudo decirle:"¡Ah mi General, nos han matado al perro!"
Bolívar viendo a Nevado, ya muerto, tinto en sangre, no pudo decir nada. Cuenta Tulio Febres Cordero, el historiador de Mérida, que en los ojos del Libertador, brilló una gran lágrima de dolor.
Así, se conoce al pueblo de Mucuchíes como el Pueblo de Bolívar, y en la plaza Bolívar de este pueblo, como homenaje a esta gran amistad, se encuentra la escultura del indio Tinjacá y el Perro Nevado, junto a Bolívar.
El día 17 de diciembre, al mediodía, el médico Reverend que estaba como siempre al lado de Bolívar en su penosa enfermedad, comprendió que sus últimos momentos se aproximaban. "Me senté ---narra--- en la cabecera, teniendo en mi mano la del Libertador, que ya no hablaba sino de modo confuso. Sus facciones expresaban una perfecta serenidad; ningún dolor o seña de padecimiento se reflejaban sobre su noble rostro. Cuando advertí ya la respiración se ponía estertorosa, y el pulso trémulo, casi insensible, y que la muerte era inminente, me asomé a la puerta del aposento, y llamando a los generales, edecanes y los demás que componían el séquito de Bolívar: "Señores, exclamé, si queréis presenciar los últimos momentos y el postrer aliento del Libertador, ya es tiempo". Inmediatamente fue rodeado el lecho del ilustre enfermo, y a los pocos minutos exhaló su ultimo suspiro Simón Bolívar..."
El doctor Reverend, que con tanta solicitud atendió al Libertador; que a veces, lo cargaba de la hamaca a la cama, y que no quiso aceptar honorarios por aquellos cuidados, también se hizo cargo de vestir el cadáver. Y narra así un episodio que ocurrió entonces, y que a veces ha sido desfigurado: "Entre las diferentes piezas del vestido que trajeron, se me presentó una camisa que yo iba a poner, cuando advertí que estaba rota. No pude contener mi despecho, y tirando la camisa exclamé: "Bolívar, aún cadáver, no viste ropa rasgada; si no hay otra voy a mandar por una de las mías". Entonces fue cuando me trajeron una camisa del general Laurencio Silva...".
Bolívar el que nació en cuna de oro, al que le sobraban vestidos y sirvientes se enfrentaba siendo ya un despojo humano al duro trance de ser enterrado con una camisa rota y raída... Pero Silva, en posición que lo eterniza, con piedad, con respeto al comandante de todos los días y de todos los tiempos, con sentido de servicio, fiel, obediente, atento subalterno, trae una de sus camisas y amortajan al Libertador.
El día 6 de diciembre de 1830, Bolívar se trasladó a la quinta de San Pedro Alejandrino en las afueras de la ciudad de Sta. Marta (Colombia) La quinta a donde se había trasladado El Libertador era propiedad de un español llamado don Joaquín de Mier, quién ya había obsequiado a Bolívar, cuando éste se encontraba en Barranquilla, con cerveza, vino y legumbres para su mesa, y que en aquel refugio le aderezó hidalga hospitalidad.
Según tradición conservada por el historiador Segundo Gómez, "el señor Mier, que viajaba al lado del enfermo hacia su casa de campo, hizo detener su coche en la puerta de su casa en Santa Marta para despedirse de su esposa, la señora Rovira. Al salir le dijo la señora en francés: Detente un momento, y tráenos al Libertador para conversar con él. --- imposible --- repuso su marido --- ¿no ves su estado? No puede dar ni un paso. Y El Libertador, incorporándose trabajosamente dentro del vehículo, interrumpió en el más puro francés:
- "Señora, aún me quedan alientos para ir a besar a usted las manos".
Bartolomé Salom Borges Oficial (general en jefe) del Ejército de Venezuela en
felicitaciones me gusto sus publicaciones. agradezco que incluya mas historia del Unico majadero de 6 naciones.
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